lunes, 10 de diciembre de 2007

“En busca del agua“


Erase una vez en Somalia uno de esos tiempos que ninguna persona quiere que se repita pero que por causa mayor está sucediendo con mas frecuencia.

El territorio que ocupan las tierras de Somalia una vez fue muy rico pero los días de la pobreza y el hambre que están viviendo se hacen interminables.

...La noche se hacía larga, todos caminaban en caravana hacia un camino que parecía sin fin. Los niños y los ancianos estaban muy débiles y la esperanza de encontrar agua era cada vez más remota. Las familias caminan durantes días por el inmenso y reseco paisaje del sur de Somalia, las madres tiran de los niños y los mayorcitos de las cabras.

Andaban en pequeños grupos de forma de poder sostener a los más rezagados, porque era sabido que de no hacerlo, al voltear la vista no los encontrarían, quedarían tendidos en el suelo y cubiertos por el polvo que batía el viento de la noche.

La hilera de gente seguía en pos de rumores de lluvia. Las cabezas negras se veían a lo lejos del otro lado del horizonte como puntitos negros minúsculos pero bien marcados, nada de alucinaciones, era mucha gente la que caminaba. Se acercaban con paso gravoso a la línea del suelo que se perdía del otro lado del paisaje. Venían de todos lados, la mayoría eran de Wajid, en la región de Bakool, al sur de Somalia. Sus pieles cubiertas de polvo y tierra de los caminos, los labios partidos, no del frío sino de la falta de agua, hacía que parecieran sombras vivientes, decididamente aquellas personas estaban sobreviviendo la gran pesadilla de la humanidad.

Los niños que estaban aún de pecho eran los únicos con derecho a quejarse porque nadie podía hacer nada para remediar el llanto. A pesar de las carencias a las mujeres que lactaban a sus niños se les dejaba la reserva de alimento cuando quedaba alguna, para que ellas pudieran mantenerse en pie por sus hijos. Un poco de sorgo seco y un poco de leche de cabra eran su alimento cuando las cosas van bien, pero hace tiempo que no es así, por lo que les tocará llevarse a la boca el poco sorgo que queda en sus despensas que cuelga de cada una de ellas a sus espaldas. Es importante para esta gente que los niños sobrevivan, saben que con ellos garantizan la continuidad y el futuro, aunque precario es el único futuro que pueden hacerse para sí mismos.


Entre todos los de su aldea, Hisome era un niño muy listo, probablemente de los más listos que tuvo jamás la familia, tenía habilidades con los animales y la gente decía que tenía dones de los antepasados porque se entendía con los animales. Siempre estaba dispuesto para escuchar sonidos que los demás no eran capaces de percibir. Su abuela lo alzaba en brazos muchas veces y le susurraba en el oído cosas que el niño no entendía. Los hombres sonreían, algunos lo miraban con cariño y otros con recelo por miedo a que fuera el elegido.

La angustia por el camino andado y las fuerzas de los más débiles empezaban a flaquear, el que parecía el líder mandó hacer una parada a la gente que ya empezaba a quejarse. Cada cual acampó donde pudo y dos hombres tomaron una cabra joven y la sacrificaron, para saciar el hambre y tomaron su sangre para ofrecerla a sus dioses con la certeza de que obrarían a su favor haciendo caer las lluvias que iluminaban sus campos y restituyera sus cosechas. Pero aquella sangre no había saciado la ira de sus dioses porque pasaron horas y estaba amaneciendo y el cielo seguía tan oscuro como al principio, cubierto de tinieblas.

La aldea había quedado destrozada, ya habían pasado diez meses sin lluvia y la mayoría de los más pequeños sufría de una enfermedad extraña que no conocían allí, pero que sin duda acababa con ellos, empezando por los más jóvenes. Una mujer muy anciana que vestía de forma singular chillaba y daba vueltas en círculo alrededor de una gran piedra como si aquella piedra significara algo más que eso mismo.

Para Hisome que apuntaba ser un hombre dentro del cuerpo de un niño, aquello era algo que no entendía, pero que a diferencia del resto de la gente tampoco compartía, pues estaba claro para él, que no caería agua del cielo aunque la pobre mujer abriera un agujero en la tierra de tanto girar alrededor de la piedra. Sin embargo todos estaban esperanzados en aquella danza porque no hacían otra cosa que mirar hacia la anciana durante horas. Para la gente era vital aquella danza, de ésta dependía la vida de todos los allí presentes y los por venir que aún esperaban su tiempo en los vientres de sus madres, que con caras angustiadas se apoyaban unas con otras más alejadas del resto de la gente.

Por fin un olor a lluvia que embriagó el aire despertó a los pocos que habían logrado quedarse dormidos, todos hacinados a la intemperie. Sería milagro o casualidad pero después de mucho tiempo de oír los chillidos de aquella mujer, gira que gira alrededor del círculo, toda embadurnada de alguna tinta, empezaron a caer gotas de agua del cielo. Primero unas pocas y luego se sucedieron más fuertes e intensas, aunque sólo durante una hora.

Nadie se protegía del agua de lluvia, estaban tan asombrados y abrumados por el acontecimiento como si estuvieran avizorando su propio nacimiento. -Qué diferente era todo cuando llovía, pensaba en voz alta Hisome. Hasta el abuelo que nunca reía gritaba carcajadas. La algarabía y la dicha de aquella gente no cesó en horas y unos corrían a buscar recipientes y vasijas de toda clase para guardar el agua, los más pequeños ayudaban a sus madres a recoger toda la que les fuera posible recoger con sus manitas, se llevaban las manos a la boca y bebían toda la que podían y más porque no sabían cuando volvería a pasar esto otra vez. Quizás pasarían muchos meses más hasta volver a ver algo parecido ante sus ojos.

La anciana que se había pasado tantísimo tiempo danzando descansó sobre sus codos en el suelo como muestra de agradecimiento por ser escuchadas sus plegarias. Era la única que podía darse el lujo de no hacer nada, todos le debían a ella que su dios les hubiera enviado lluvia de los cielos. Hisome no pudo más que asentir y agradecer la bonanza del cielo y terminaría con los años o no, creyendo, que aquel ritual era de los pocos que eran escuchados por las alturas.

Claro que la lluvia era poca comparada con la gran necesidad que tenía aquella gente del agua, como cualquier otra, en la faz de la tierra. La gente de Somalia como tantísima gente en el mundo que padece hambre y sed quedarían a merced de la próxima lluvia para asentarse, encontrar tierras fértiles para apacentar sus cabras y sembrar sus semillas.

La raza humana poco podrá hacer sin agua. El agua es la fuente de la vida y sin ella no pueden subsistir, ni siquiera los espíritus que escuchan las voces de los escogidos ni los mismos dioses sobreviven sin el agua. Africa toda clama con sonidos indecibles la sed de sus hijos.

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