lunes, 12 de noviembre de 2007

“La paloma de la paz”


David era un niño muy despierto y desde muy pequeño su padre le inculcó buenos modales y le enseñó todo lo que sabía acerca del mundo. De sus largos viajes por América y un montón de cosas más, que el papá también se inventaba enriqueciendo la imaginación del niño.

Mario, el padre de David tenía un talento natural para crear historias, las enlazaba y engarzaba muy bien, de modo que al niño siempre le parecieron reales. Estas eran de todo tipo incluso de terror que a David le encantaban, pues Mario las matizaba con ademanes y sonidos de animales según le pareciera.

David había heredado todo lo bueno de su padre, pero sobre todo, había aprendido como nadie a construir pequeñas naves de guerra. En estas subía soldaditos de plomo para que cruzaran el océano y libraran grandes batallas contra los bárbaros vikingos, que su padre le contaba que en tiempos antiguos, arrasaron con ciudades enteras, destruyendo y apoderándose de todo lo que encontraban a su alcance. También le enseñó a dibujar y hacía grandes dibujos clásicos en las paredes de su habitación: Los siete enanitos de Blanca Nieves, Pinocho, el Patito feo y adornaba las paredes como los artistas con sus lienzos.

Su papá le ayudaba a hacer las tareas difíciles de Ciencias y Astronomía del colegio que ningún niño podía igualar. Le enseñó también a hacer muchas cosas con sus manos, simulando diferentes figuras de animales que se reflejaban en la sombra de la lámpara del cuarto, pero lo que más le gustaba eran los cometas que su papá le hacía con tanta habilidad. Al niño le fascinaban porque quería volar igual que lo hacía su padre. Una vez le hizo uno, con un gran dragón que le salía fuego por la boca para que fuera a la antigua China a reunirse con sus dioses, y así siempre estaban inventando qué nuevo hacer.

Un buen día David llegó de la escuela y no encontró a su padre en casa, lo buscó por todas partes y no estaba. Su abuelo muy triste tomó al niño de la mano y lo sentó sobre sus piernas como solía hacer Mario en las noches y le dijo que había ocurrido una tragedia. La avioneta que pilotaba su padre se había extraviado, el niño no podía creerlo, pensaba que esas cosas sólo pasaban en las historias que su papá le contaba.

Por mucho tiempo que pasó después de sabido el accidente, David continuaba hablando en secreto con su papá antes de dormir. Una noche tuvo un sueño que le inquietó mucho y se acordó que su padre siempre le decía que no perdiera la confianza en él, que ellos estarían unidos por lejos que estuvieran uno del otro. David nunca entendía por qué su papá tendría que alejarse un día, pero no le tomaba sus palabras en cuenta pensando que formaba parte de algo que más adelante cuando creciera le explicaría.

Mario en una oportunidad le habló así a su hijo, porque había sentido miedo un día. Aquel día en el que el avión que pilotaba llevaba mucha carga que no quiso dejar en tierra. Él en su generosa voluntad de entregar su carga se había arriesgado demasiado y hubo un momento que la propia naturaleza le hizo sentirse impotente y entonces fue consciente del peligro que corría. Sabía que el cargamento lo esperaban en tierra desesperadas mujeres, ancianos y niños. Las medicinas y alimentos eran imprescindibles y sobre todo le preocupaba que aquellos seres humanos llevaban más de dos días sin ingerir ni beber nada. La carga tenía que llegar a salvo y lo antes posible a los habitantes del otro lado del océano que habían sido víctimas de una catastrófica explosión en forma de hongo. Nadie podría haber imaginado las gravísimas consecuencias para aquellas personas.

Cada vez que volaba, Mario se exponía a no regresar, su experiencia siempre era utilizada para las más difíciles e increíbles maniobras. Llevaba medicamentos en auxilio por terremotos, como cuando se sucedieron de continuo en Japón, como en las guerras, auxiliando con personal médico.

David se precipitó corriendo a la habitación de su padre donde solían hacer dibujos juntos y cogió el rollo de papel machett, las tijeras y todo lo necesario para comenzar a hacer con sus manos habilidosas un hermoso cometa. Quería que fuera muy grande, pretendía que su papá lo viera desde cualquier lugar donde se encontrara. El niño no podía asumir que nunca más vería a su padre, confiaba en que podía estar perdido por esos grandes mundos adonde iba y siempre regresaba. Por eso le pareció una buena idea hacer aquel cometa.

Todo los dobleces del papel y el cartón fueron tomando forma con varillas de madera e fuerte y cordeles bien largos, todo muy bien preparado para enfrentarse con el fuerte viento y no ser derribado. El cometa se había convertido en una blanca paloma que llevaría el mensaje de la paz adonde quiera que fuera su rumbo.

Mario le había enseñado el significado de la paloma de la paz y David en su inocencia de pequeño niño había puesto todas sus esperanzas en aquel cometa hecho con sus manos, creía que si su padre estaba en manos enemigas al ver la paloma sabrían todos, que la guerra había terminado.

David no quería que otros niños pasaran por esas cosas, sabía que las guerras eran malas y provocaban la destrucción y la muerte y confiaba en aquella gran verdad hecha paloma.

El cometa llegó lejos, muy lejos, el viento lo empujó y desapareció de su vista. David no se movió del lugar hasta dejar de verlo, asegurándose que no cayera o se enredara con los cables eléctricos.

Una semana más tarde llegó el padre a la casa, lo habían encontrado con algunas heridas nada preocupantes pero que le impedían por el momento caminar por sus propias piernas. Sus compañeros y personal médico lo traían de vuelta a casa.

La avioneta en que volaba esta vez, había encallado derribada por el enemigo y con sus habilidades y experiencia logró aterrizar muy arriba, en lo alto de unas montañas. La altura era tal que a nadie se le hubiera ocurrido subir, eso le salvó la vida y aunque tenía algunas lesiones y la avioneta no tenía arreglo, seguía con vida. Mario se tranquilizó y trató de acomodarse como pudo. A su mente sólo le asomaban como en una película, imágenes de su hijo David corriendo con su hermosa perrita por un inmenso y espacioso jardín muy iluminado, con tanta claridad que se le cerraron los ojos. Cuando despertó lo habían encontrado los aliados y llevado de vuelta.

El reencuentro fue muy tierno y esperado por ambos. David y su padre se abrazaron, ya nunca más se separarían. La guerra había sido anulada en el mundo entero, se había pactado el desarme y las grandes potencias destruyeron todo su arsenal militar. La paz había llegado a la tierra por fin.

David en sus ansias por hacer su cometa en son de la paz, no hubiera alcanzado a imaginar lo que sus esperanzas y deseos lograrían con sólo desearlo. David nunca le preguntó a su papá qué había sido de su cometa pues para él la paloma había cumplido su deseo y eso era suficiente, su padre estaba nuevamente en casa.

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