viernes, 16 de noviembre de 2007

“El cubrecamas de abuela nana”

La abuela nana había comprado un cubrecamas cuando era muy jovencita y lo conservaba como una reliquia, ya esas cosas tan delicadas no se hacían. Los tiempos cambiaban y con ellos las necesidades de la gente que viven hoy muy deprisa y prefieren tejidos que puedan lavarse rápido y no precisen de especiales cuidados.

El cubrecamas se sentía importante, sabía que aunque no lo usaran con frecuencia se debía más que todo, a que la abuela lo cuidaba como la niña de sus ojos. Él entendía que era útil y no había perdido su brío para nada con el tiempo, como el que tienen las cosas nuevas. Sólo salía del escaparate cuando en la casa celebraban algún cumpleaños o el día de las madres. Fecha que en la memoria del cubrecamas siempre estaba presente porque para él, este día era extremadamente especial, toda la familia se reunía a su alrededor y podía ver a tres generaciones juntas. Se sentía orgulloso de sí mismo, cuando la abuela nana lo tendía y él todo orondo y estiradito sobre las blancas sábanas, se veía a sí mismo, se quedaba quietito para evitar que se le hicieran arrugas.

Verdaderamente lucía impecable más bien espléndido. El terciopelo que lo cubría y los finos hilos dorados que colgaban de sus bordes le daban la forma y textura suave que exhibía con elegancia tocando el suelo. El cubrecamas pese a todo su vanidosa apariencia era muy tímido, no se relacionaba con nadie puesto que sólo conocía su sitio del escaparate y de allí salía para acomodarse en la cama de la abuela, de modo que no conocía el mundo. Nunca salía de aquella habitación.

Un buen día su querida dueña lo metió bien dobladito en una maleta de viajes para que cruzara el océano. La abuela se había desprendido de él y se lo había dejado al cuidado como toda reliquia a una de sus nietas favoritas. El cubrecamas ahora estaba lejos de su tierra y a pesar de sentirse muy querido, añoraba a su cama y a su escaparate.

Por momentos prefería ser un cubrecamas corriente, pero le tranquilizaba sentirse cuidado y protegido, cuando estaba muy triste se refugiaba en sus recuerdos. El conocía muy bien a su nueva dueña desde que era niña y la había visto crecer y hacerse una mujer de bien. Incluso había visto a sus pequeñas hijas, sabía lo que significaba para su dueña el que compartiera la lejanía y el valor sentimental que le profesaba. Estaba triste y feliz al mismo tiempo tenía la certeza de nunca ser despreciado, es más, cuando lo pensaba bien, tenía hasta una nueva cama y afortunado se miraba al espejo grande que habían puesto frente a él. Realmente era feliz y no podía esconderlo más tiempo a pesar de su edad seguía siendo querido y necesario.

Cuentan las niñas que cuando llega el día de las madres han escuchado sonrisas cuando entran en la habitación. El cubrecamas sigue feliz y sonriente haciendo de su presencia el recuerdo permanente de la querida abuela nana para siempre en la vida de sus nietas.

A mi querida abuela nana.

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