jueves, 25 de octubre de 2007

"El lápiz a rayas"


Un día cualquiera de vacaciones un roído y despuntado lápiz a rayas, decidió cambiar su vida. Había sido abandonado, en la última gaveta de un escritorio que ya nadie utilizaba y estaba aburrido de no hacer nada. El lápiz muy dispuesto y animosos trató de rodar hacia delante y hacia atrás cogiendo impulso para rozar con las hojas de papel de un blanco reluciente que estaban muy próximas.

Había decidido hacer algo grande y duradero, algo que todos recordaran. Quería que sus compañeros estuvieran orgullosos de su amistad. Al fin y al cabo, él no era cualquier cosa, había pasado por muchas manos que le dieron su forma final para que pudiera ser útil. El lápiz no iba a permitirse el lujo de acabar reducido a polvo y grafito en un cajón olvidado. Allí estuvo mucho tiempo lo que le permitió pensar mucho y tomar su decisión. Había llegado a la conclusión de que si estaba con aquellas hojas de papel no era una casualidad.

Decidido y con un último impulso se pegó un empujón y cayó justamente sobre una de las hojas, muy ilusionado se irguió orgullosamente y comenzó a realizar ligeros trazos. Estaba muy inspirado y no quería parar de moverse. Subía y bajaba. Las líneas que aparecían en el papel dibujadas estaban por todas partes, no podía dejar de frotarse contra el papel, todo aquello le causaba gran exaltación. Se sentía vivo nuevamente, con energía y ganas de hacer cosas grandes. Luego fueron apareciendo formas dibujadas que ni siquiera pensó que podía llegar a hacer.

Un bolígrafo que observaba cauteloso no atinaba a decir palabra, nunca había visto nada igual, aquel lápiz despuntado podía escribir y hacer rayones y figuras. -¿Cómo podía ser esto posible, pensaba?. Si apenas le sobresalía el grafito en su extremo. Era un pedazo de madera con figura alargada y una incipiente punta. ¡Increíble, más bien inaudito, repetía bajito porque no se atrevía!.

El bolígrafo era envidioso y comenzó a llamar la atención del lápiz haciendo un acopio de su escaso valor. Sí escaso, porque generalmente los envidiosos son cobardes y ese era el caso de este personajillo. Alzando un poco la voz insultaba al esforzado lápiz diciéndole:

-Oye tú, viejo rayado esas hojas no son para que las embarres haciendo garabatos. Las estás manchando con tu oscuro grafito. ¿ Acaso crees que alguien verá lo que estás haciendo?.

El lápiz seguro de su obra no se dejó provocar y continuó en su quehacer, no quería perder ni un segundo pues empezó a sentir voces que se acercaban de la habitación más cercana. Por un momento pensó que no terminaría a tiempo, por eso los trazos cada vez eran más y más fuertes engrosándose la punta. Los agudos e impacientes trazos le daban un toque impetuoso al dibujo que cobraba ya forma en la blanca hoja de papel dándole una perfecta terminación.

La hoja también hacía lo suyo, quería ayudar y se mantenía quietita porque comprendía que su compañero se sentía inútil y sumido en el total abandono. La complicidad de ambos se hizo evidente en la consumada obra. A ella no le importaba ser usada por aquel lápiz, sabía que los verdaderos valores no se ven, las apariencias no tenían ninguna importancia. El contenido que su amigo guardaba en su interior era lo importante. Ella era la primera en ver con asombro lo que había creado el viejo lápiz.

Aquellos trazos trascenderían a la historia, eran mágicos, sus esfuerzos agotaron la poca fuerza que le quedaba pero valía la pena. El dibujo plasmado en el papel tenía un gran significado. Lástima que no sería descubierto al no ser que sucediera un milagro y alguien se dignara a abrir el cajón.

El compás, la goma, el sacapuntas y todos los colores de pasta, quisieron ayudar al lápiz en su empeño y juntos tiraron a una voz del cajón hacia fuera del escritorio.

La algarabía que armaron fue suficiente para que el cajón fuera a parar al suelo y despedazado, todo lo que estaba en su interior rodó por la habitación. El ruido causado por los inquietos amigos del lápiz, hizo venir al padre de Amanda a la habitación. El papá de la niña asombrado por lo que veía dibujado en la única hoja de papel escrita, estaba atónito y entusiasmado al mismo tiempo. Su hija era una artista y él no lo había notado, el talento escapaba del papel. Se sentía avergonzado, le dedicaba poco tiempo a la niña. El trabajo lo absorbía completamente.

El viejo y roído lápiz a rayas había captado toda la tristeza y soledad que Amanda sentía, la niña necesitaba más cariños y mimos, sentirse importante para sus padres. El lápiz lo reflejaba con líneas y trazos que el padre comprendió muy bien. Pensaba que Amanda le reclamaba atención a través de aquellos trazos. En el dibujo estaban los sentimientos de la niña sombreados árboles mudando las hojas hablaban por sí mismos y aquella silueta aislada, despeinada por el viento, sentada en el banco era Amanda, el dibujo era muy claro. Jorge el padre de la niña se conmovió profundamente y vio en aquel dibujo todo lo que su hija vivía calladamente.

El padre acercó a la niña y la estrechó en sus brazos, no sabía qué decirle, pero Amanda esperaba tanto ese abrazo que no le hizo falta nada más, su rostro se iluminó con una hermosa sonrisa y un beso tierno en la frente de su papi. Con un te quiero papá.

Todo cambió en la vida de Amanda, aquel dibujo sensibilizó a su padre, nuevamente se le oía cantar por los pasillos y jugar con otros niños de su misma edad. Jamás supo qué le había ocurrido a su papá para que cambiara tanto. Lo que sí sabía era, que éste papá le gustaba más, siempre le adivinaba el pensamiento. Hasta la matriculó en un curso de pintura. Tampoco el papá se enteró nunca que el viejo lápiz había hecho el dibujo que cambiaría para siempre la vida de su familia.

Mientras, en el fantasioso y mágico mundo ignorado por muchos, estaban todos los objetos dentro del cajón orgullosos de ser amigos del viejo, generoso y sensible lápiz a rayas.

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